AGRESIÓN SEXUAL

EXPERIENCIA DE UNA VÍCTIMA

Tres años de pesadillas cada noche, de recuerdos vomitivos cada día.
Tres años de silencio, sentimiento de estar metida en una cueva y no querer salir a la luz. Tres años pensando en el no futuro. Oscura. Triste. Sola.

 

¿Y si te digo que ahora soy feliz?
Que me levanto con el Sol cada mañana, que vivo en un barrio precioso lleno de sonidos que me alegran cada segundo que mis pies se posan en el suelo...
La cueva se hizo cabaña de madera pintada, desaparecieron las goteras y crecieron en mí las ventanas.
Sin querer adelgazar, muchos kilos se me han ido de encima.
Mi entrenador personal fuí yo misma, y para hacer los ejercicios solo necesité mi cabeza.
Cuando tenía 13 años, estando de vacaciones con mi tía en un crucero, un trabajador de limpieza abusó física y sexualmente de mí.

 

Durante escasos pero eternos minutos sentí el pánico mayor que nunca he tenido, mi mente se bloqueó sin dejar que me defendiera.
Ese hombre me golpeó la cara y las tripas, me envenenó la piel, me rompió mi intimidad y expropió sin permiso mi sonrisa.

¿Qué hacer después, cuando todo es nuevo para tí y te sientes una mierda?

Yo opté por silenciarlo todo. Aguanté las naúseas encerradas en mi estómago durante demasiado tiempo...
Tres años son demasiados años para una niña con esa gran verdad escondida tras sus ojos y tras su carne.


Conocí muchos chicos, yo era una chica muy guapa en el instituto, pero ninguno pudo agarrarme la mano ni acariciarme la piel.
El verano que cumplí los 16, encontré a la persona que me cambió la vida y a la cual nunca voy a olvidar. Se llamaba Óscar, y era un chico de 20 años poco atractivo. Desde el primer día nos empezamos a caer genial y era mucha la complicidad que teníamos. Empezamos a quedar más amenudo y con el tiempo, la confianza empezó a ganar terreno entre nosotros.
Podía besarle sin miedo, y dejaba que me abrazara. Estaba empezando a conocer lo que se siente cuando te besan con ternura y sin dañarte...Cuando cierras los ojos por eléctricas vibraciones placenteras y no por querer que desaparezca la cara que tienes delante.
Durante meses, Óscar y yo lo pasamos genial y nos queríamos un montón, pero yo seguía con mi secreto.
Él tenía muchísimas ganas de tener sexo conmigo, pero yo siempre le evitaba. Me sentía muy mal luego en casa, me sentía muy culpable por no poder complacerle en ese aspecto de la relación, y quería cambiar.

Entonces una mañana en el instituto, conocí a una mujer que iba por los pasillos siempre sonriendo. Me enteré que era psicóloga y además, la orientadora del instituto. No lo dudé.
El día más importante de mi adolescencia no fué cuando sufrí el abuso, sino cuando me senté frente a ella en su despacho y le vomité todo lo que tenía encadenado a mi interior.

Gracias a ella yo empecé a ser más valiente. Y fue ella el impulso que necesitaba para abrirme a las personas y no esconder mi pasado.

Al mes, yo ya estaba preparada para contárle a Óscar y pedirle ayuda.
Así lo hice una tarde de sábado invernal. No pudo tener mejor reacción, y nos pusimos manos a la obra a diseñar un plan para poder tener sexo sin miedo, sin temblar y sin la cara de aquel hombre metida entre las cejas.

Cada semana íbamos avanzando, él a mi lado siempre, respetando mi tiempo y con mucha paciencia.
Empezamos con las caricias. Al mes ya me dejaba masturbar por él, a las dos semanas pude tocarle yo... En tres meses ya pude tener sexo oral, y en verano pude dejarme penetrar. En menos de un año había pasado de tener pánico a las manos de un hombre, a disfrutar del sexo de forma sana y fluída.

Por motivos ajenos a nuestra relación sexual, Óscar y yo lo dejamos ese verano. Pero nunca hemos dejado de hablar y de querer saber cómo nos va. Él fue el apoyo más grande que he tenido en ese aspecto y siempre le agradeceré la paciencia y las ganas de ayudarme durante todo el tiempo que pasamos juntos.

 

En ese tiempo, también me atreví a contárselo a mis padres, pero su reacción no fue muy positiva para mí. Ellos se bloquearon, se pusieron a llorar, y nunca más me han preguntado nada del tema.
Les duele tanto que son incapaces de pronunciarse.
Lo puedo entender, pero yo les necesitaba y no estuvieron ahí. Se convirtió en un tema tabú en mi casa, y no me preguntaron cómo estaba ni si necesitaba ayuda.

 

Pero bueno, yo os quiero contar cómo de bien estoy ahora.
He tenido otras parejas, y hoy día vivo con un chico encantador en ese barrio de sonidos que comentaba al principio. Soy muy feliz, y estoy sexualmente más que satisfecha. Me atrevo a todo lo que me apetece, y cada día busco mejores orgasmos.
Con mi familia me llevo bien, no tengo rencor por no haber podido estar a mi lado cuando les solicité ayuda. Intento comprenderles, y sé que algún día les volveré a sacar el tema.

En cuanto a lo que me hace sentir bien, disfruto cada vez que puedo de la naturaleza y estoy muy hermanada con los animales y estudio Educación Social, porque me interesa mucho poder ayudar a los demás.

 

He de decir que ya no tengo ningún problema relacionado con la agresión que sufrí. Ya no tengo pesadillas, y casi se me ha olvidado la cara del tipo.
He conseguido apartar ese recuerdo de la primera línea de mi memoria, y no vivir con su presencia constante.
Soy una chica alegre y cada día aprendo cosas nuevas que me hacen mejor persona.
 

Os quiero animar a despojaros de lo malo. No lo dudéis a la hora de contarlo.
No te sientas avergonzada porque tú no has hecho nada malo.
Que tú eres preciosa y el tipo que te hizo daño no se merece que estes mal por su culpa. Alégrate por todas las cosas bonitas de la vida y crece intentando cicatrizar tu herida.
Busca ayuda en tu entorno, hay muchas personas con ganas de ayudarte aunque no te des cuenta.
Experimenta lo que se siente al contar un secreto tan grande, y tíralo después a la basura.
Ánimo y mucha suerte. La vida no se quedó parada en ese día o en ese tiempo. La Tierra sigue y sigue y sigue, y si estás aquí es para seguir rodando con ella.